viernes, 20 de abril de 2012

Adiós Cooper.

Parque Los Toruños.
Una página de periódico, unas virutas de madera que suavizan los olores, unas servilletas de papel, un pequeño comedero de plástico y un tubo con dosificador de agua.
Sencillos elementos para pasar la vida. En un espacio de 18 por 25 cm. pasó Cooper su existencia.
Un diminuto hámster ruso que voló en caída libre el día que llegó a manos de mi hijo. De ahí su nombre. Un aviador que vivió a caballo entre los siglos XIX y XX.
Por los estudios de mi hijo, Cooper quedó a mi cuidado.
Su nerviosismo al moverse, su simpática figura, sus correrías por la rueda amarilla, su forma de disfrutar los premios gastronómicos como la lechuga, las peras, el queso...,  hicieron de él un personaje digno de ser querido.
Ayer, al ponerle su ración diaria de semillas, estaba quieto en su autoconstruida madriguera de papeles. Allí dormía ya sin respirar. Qué complicado es que un ser humano aprenda algo útil. Contrasta con la forma instintiva con que Cooper fabricaba una y otra vez su cama sin que nadie le hubiera enseñado a hacerlo.
En unos meses pasó de ser un apuesto joven a un decadente ancianito. Es la vida.
En el parque de Los Toruños, volverá a ser parte de la naturaleza que le hizo nacer.
Por enseñarnos el ciclo de la vida y por su gracioso porte, creo que le debo dedicar este recuerdo.

2 comentarios:

  1. De cómo se puede coger tanto cariño a un ratoncillo...

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  2. Resultaba muy simpático observarlo. Y no te preocupes, lo cuidaste muy bien.

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